(Oswaldo Guayasamín: Cabezas nº 1 & Cabezas nº 2)
COMO NACE NUESTRA VOZ INTERIOR
En su libro “Teoría de la Inteligencia Creativa”, el filósofo y pedagogo José Antonio Marina describe muy bien cómo se empieza formar la conciencia de un niño.
Clave para la construcción de la inteligencia, explica Marina, es que el lenguaje no sólo le sirve al niño para comunicarse con los demás, sino también consigo mismo. El niño, según Marina, aprende su libertad obedeciendo la voz de la madre. Su voluntad se desarrolla poco a poco, pero empieza por un estímulo externo, una voz que le dice lo que tiene que hacer. Con dos años, todavía esa voz necesita ir acompañada de un gesto; pero a los tres años el niño ya entiende la voz y aprende a dirigir su comportamiento según las instrucciones del lenguaje exclusivamente. Luego, ocurre algo increíble, el niño aprende a darse órdenes a sí mismo, imitando la voz de la madre. Este es el momento mágico y maravilloso en el que nace nuestra conciencia. Nos parece que habla solo, pero más que una conversación lo que hace es decirse a sí mismo lo que tiene que hacer. Y una vez que aprendemos a hablar con nosotros mismos y a darnos órdenes, esa voz permanecerá con nosotros toda la vida.
El ser humano, dice José Antonio Marina de manera muy poética, “se seduce a sí mismo de lejos” cuando imagina una meta, pero sólo se acerca a ella -sobre todo una muy complicada- cuando imprime urgencia e intención a esa voz.
Aunque nunca nos detengamos a pensar en ello, esa voz siempre está allí. Quizás la mayor parte de las veces sea un rumor lejano, abstracto y casi imperceptible, pero otra veces, sobre todo en los momentos más difíciles, esa voz se vuelve más nítida. Nos anima cuando nos faltan fuerzas, nos ayuda a razonar cuando tenemos que tomar una decisión, nos intenta reconfortar cuando las cosas se ponen feas. De hecho, nos duplicamos, porque conversamos con nosotros mismos.
Como ocurre con cualquier otra cualidad, la calidad de nuestra interacción con esa voz puede perderse. Con ello perdemos parte de nuestra personalidad, el enfoque, la determinación y nuestra fuerza de voluntad. Como un amigo de toda la vida, está allí, pero si no hacemos por verle, nuestras vidas pueden acabar alejándose. Inevitablemente, si dejamos pasar demasiado tiempo seremos casi como extraños.
Perder el vínculo con nuestra voz interior, la voz de nuestra inteligencia, es como perder nuestro más importante instrumento de navegación, el que nos ayuda a orientarnos en la dirección adecuada y nos guía hacia metas cada vez más ambiciosas, el que nos sirve de termostato y nos alerta del peligro, el que nos centra en lo que es verdaderamente importante y nos tranquiliza cuando dudamos.
Nadie nos ha enseñado a interactuar con esa voz, porque como es algo que ya viene como sistema operativo, no parece que tengamos que trabajarlo. Pero afinar ese instrumento es importante, porque para llevar una vida justa y que nos satisfaga, es nuestra voz la que será nuestro mejor consejero y confidente siempre.
COMO PERDEMOS NUESTRA VOZ
El caso paradigmático de que estamos perdiendo nuestra voz interior lo vemos en algunas redes sociales. Nunca antes tantas personas han tenido acceso a tantas herramientas que permitan la autoexpresión como ahora. Sin embargo, una proporción muy pequeña realmente las utiliza para explotar la autoexpresión. Más bien da la impresión de que la mayoría de nosotros nos hemos convertido –especialmente en Facebook- en repetidores de frecuencia para la voz de otros. En el mejor de los casos repetimos comportamientos de otros, en el peor de los casos compartimos cosas que hemos visto, pero sin procesarlas, sin analizarlas, sin ponerlas en duda, sin racionalizar y sin aportar absolutamente nada. Somos como la maleza seca que prende con facilidad en el monte. Nos hemos convertido en eso que se llama en política “tontos útiles”, propagandistas incendiarios de causas cuya realidad o impacto apenas comprendemos. Activistas de sillón, fácilmente manipulables. Las redes se han convertido en un videojuego macabro que se reduce a dar “likes” y compartir tonterías o noticias escandalosas.
Perdemos nuestra voz cuando nos dejamos llevar por la desidia y decidimos ser pasivos, cuando nos dedicamos más a repetir que a reflexionar o pensar, cuando dejamos que la cotidianidad nos absorba y nos deje sin tiempo para nosotros mismos, cuando nos volvemos indiferentes a lo que ocurre en el mundo y como mucho nos preocupa lo más cercano e inmediato, cuando erradicamos o reprimimos cualquier impulso creativo.
Otl Aicher, el diseñador gráfico alemán que fue autor de la identidad corporativa de algunas de las más importantes marcas alemanas del siglo XX –como Braun o Lufthansa- se refiere al proceso de diseño en términos casi espirituales. En su libro “El Mundo Como Proyecto”, Aicher habla de la cualidad “liberadora” del acto de proyectar y explica que “sólo el hacer creativo es verdadero trabajo y verdadero desarrollo de la persona”. Para él, proyectar es “generar mundo”. “El salto al futuro, a un nuevo mundo posible”, explica Aicher, “necesita de la especulación, del trabajo con un modelo”.
En el proceso de diseño también, como diría José Antonio Marina, nos “seducimos desde lejos”; hablamos con nosotros mismos, razonamos e imaginamos, planificamos, contrastamos y posteriormente presentamos. En el proceso de diseño reflejamos nuestras inquietudes y nuestros valores. Donde Otl Aicher dice “proyecto”, yo digo “voz”. Porque el proyecto no es más que una expresión de nuestra voz interior. Debemos entender nuestra voz como un proyecto, verlo como una verdadera herramienta de liberación.
COMO RECUPERAR NUESTRA VOZ
Nuestra voz interior, esa que nos ha acompañado siempre, obviamente también puede y debería exteriorizarse. El trabajo de una pintora, de un político, de una escritora, de un filósofo, no es sino una manera de canalizar esa voz, a la que hay que darle un tono y dotarla de mensaje. Es nuestra manera de articularnos con el mundo. Realmente nos articulamos aunque no lo hagamos de manera consciente y aunque no queramos hacerlo: con la manera en que nos vestimos, con nuestro corte de pelo, nuestra forma de caminar, nuestro sentido del humor. Aunque sea por defecto o por accidente, con el software básico de fábrica, estamos comunicándonos con los demás. Es obvio que se puede vivir sin tener una filosofía propia desarrollada y sin una voz entrenada y orientada hacia exterior. De hecho, la mayoría de nosotros quizás lo hacemos durante la mayor parte de nuestras vidas. Pero articular una visión o una misión, diseñar esa voz y esa conciencia como si fueran un proyecto, nos puede aportar un nuevo nivel de satisfacción y autorrealización, porque somos seres creativos por naturaleza, aunque normalmente no lo explotemos.
Muchos sistemas educativos no fomentan el desarrollo de nuestra voz. Un niño es curioso, quiere saber y quiere ser creativo. Si le estamos siempre diciendo lo que tiene que hacer y le estamos insistiendo constantemente en lo que no debe hacer, y si eso luego se repite en la escuela y en la universidad, le estamos apagando su voz. No podemos esperar que esa persona vaya a ser creativa después. Se convierte en una persona que no piensa, que hace lo que le dicen (la religión, la familia, el partido político, los jefes de equipo) o simplemente hace lo que cree que se espera de él o de ella. En internet es una persona que sólo comparte rumores y memes. No tiene voz y ni siquiera la busca. No sabe pensar por sí mismo.
Pablo Neruda decía en un poema “Me declaro culpable de no haber hecho, con estas manos que me dieron, una escoba. ¿Por qué no hice una escoba? ¿Por qué me dieron manos?”. Lo mismo podemos preguntarnos con la voz. ¿Para qué nos dieron voz, si no la utilizamos, para crear, para inspirar a otros? En vez de ser espectadores, deberíamos intentar ser más autores.
Pero…¿Qué queremos expresar? ¿Cómo queremos expresarlo? ¿A quién queremos expresárselo? ¿Cómo se materializa esa inquietud que todos llevamos dentro, aunque algunos la tengamos durmiente?
No hay una fórmula mágica, plug-and-play, precocinada, para encontrar y desarrollar nuestra propia voz. Una artista, un cocinero o un filósofo van creando su camino a medida que avanzan. Siempre viene bien tener algún tipo de plan, aunque que los planes raramente salen como uno quiere. Pero es en esa tensión -entre lo proyectado y luego lo conseguido- donde radica el secreto. Será un viaje imperfecto, de descubrimiento, donde será más importante lo que vamos aprendiendo que las metas que nos vayamos fijando. También nos será útil elegir buenas referencias, porque la mejor manera de aprender es imitando. Lo más importante, sin embargo, es empezar, luego ya podremos imprimirle urgencia e intención a ese esfuerzo, corregir el rumbo o cambiar de altitud. No son suficientes las buenas intenciones, no vale con tener ganas. Las metas parecen más cercanas a partir del momento que nos las planteamos como proyecto, no antes.
Parece una idea casi contradictoria, pero tenemos que escuchar lo que nuestra voz quiere decir. Nietzche decía que la madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño. Debemos ejercitar la imaginación e inventar supuestos, diseñar posibilidades, para luego, desde esa simulación, seducirnos a nosotros mismos para seguir avanzando. Cada persona debe encontrar su propio camino, diseñar su propio proyecto, su propia voz…con la seriedad con la que jugaba cuando era un niño.
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